martes, 13 de noviembre de 2018

La expedición de cinco lágrimas



Nunca supe muy bien si las gestaba una herida, el recuerdo de un alma ausente, el dolor actual de la frustración nuestra de cada día o simplemente esa extraña sensibilidad que padecemos quienes nos animamos a creernos hacedores de algún arte.

Pero sí se con certeza, que en ese proceso de parir lágrimas, la tristeza va pateando cada esperanza que surge,  va sacudiendo las risas hasta  estrellarlas contra el helado hueco de la nostalgia.  La apatía que no puede lidiar más con su suerte, se acurruca contra esas pequeñitas gotas de sal y les insufla la pizca de aliento con la que sobrevivía.

Así se acomodan como en fila india, tomando distancia con un manojo de cerdas, dispuestas a fregar cada centímetro de víscera que encuentran a su paso; a pulcras nadie les puede ganar, llegan bien hasta el fondo y hasta que no remueven el suspiro más acongojado, no dejan de hurgar.

Las tres primeras son las más urgentes,  las que venían preparándose desde hacía tiempo sin poderse asomar;  la barrera de la censura las volvía una y otra vez para atrás. Regordetas ellas, cargadas de hastío, cualquier emoción las hacía tambalear.        
De las tripas, al corazón viajaban en primera, se estacionaban por un rato oprimiendo  el músculo  hasta la angustia y con el solo empuje de los latidos se dejaban deslizar a la garganta, donde devorándose toda la tribulación que acumulaba  el silencio, terminaban explotando en un sollozo que aún así no las dejaba caer al vacío.

Presas de imágenes afligidas, ávidas por intensificar la emoción justa que pudiera eyectarlas, piden regodearse con las letras de las canciones más lacrimógenas del romanticismo estoico; y si a eso, le podemos sumar alguna que otra toxina inspiradora; entonces y sin pedir permiso rodará la primera, desconcertada y disculpándose en surcar la mejilla. Antes que la puedan secar, llegaran las otras dos secuaces, a mostrarse con todo el desparpajo  de quien se enorgullece en exhibir  su vulnerabilidad.  

Esa caída desprolija y aplomada que rápidamente las manos  quieren ocultar, en pos de fingir una fortaleza que excede a cualquier humano.  Las secamos aunque su color ya tiñó el momento de una lúgubre pesadumbre, mientras los ojos ajenos se giran para consolarlas y ellas siguen prefiriendo la soledad para desintegrarse sin mucha vuelta ni cuestionamiento y encima con pretensiones  de escribir…

Las últimas dos son el sosiego, da placer sentirlas rodar como si dibujaran crisálidas en su andar; con la convicción de estar pasando por las agitadas contracciones que suponen salir del capullo a un nuevo tiempo;  instantes que se esperan de felicidad; porque la dicha es esa sucesión de momentos que deseamos interminables aunque su envase lleve impresa la fecha de caducidad.

Entre la excursión de las lágrimas y una renovada sonrisa se necesita imperiosamente una exuberante dosis de amor en todas sus formas; porque sólo a partir del amor es posible volver a gestarlas.


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