miércoles, 23 de septiembre de 2020

Premio en el día Intl. de La Paz

Feliz e infinitamente agradecida de recibir otro premio en y por el festejo del día internacional de la Paz 🥰 Gracias Dios!  Gracias UPAF Argentina!       

                                      














Sería perfecto...  

Si todas las almas

unieran sus  vibras

en un solo gesto

de civilidad.

Qué bueno sería

ser más solidarios,

latinos, hermanos,

conciencia social.


Si algunos podemos

y tú también puedes;

proyecta el futuro

tu tiempo es el hoy;

despiértate y corre,

construyendo espacios,

forjando motivos

desde el corazón.


A veces de un lado,

a veces de otro,

silueta imperfecta

a imagen de Dios;

no tiene importancia

ni raza, ni credo

si en definitiva

nos une el amor.


Te invito a sumarte,

este es mi camino;

pensado, sentido,

claro como el sol.

Con el compromiso

de entregar el alma

todas las mañanas

y en cada razón.








martes, 8 de septiembre de 2020

No alcanzan las buenas intenciones

 

La visión que tenemos las mujeres de la vida social y política de un país; es sin lugar a dudas más contenedora y profunda que la de muchísimos hombres (y no digo de la casi totalidad para que no me crean feminista o exagerada); pero salvando las contadas excepciones, somos dadoras de luz a todo nivel,  expertas administradoras de recursos (económicos / psicológicos / espirituales);  velamos en dirección al accionar constante en pos del desarrollo personal e integral de cada miembro de nuestra  familia. Y como también detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer, ahí estamos, acompañando e impulsando  sus logros con incansable ahínco.

Portadoras de esa particular mirada protectora que hacemos extensiva a los amigos, a los vecinos y al pueblo cuando la sensibilidad nos paraliza de impotencia frente a hechos totalmente evitables, que la  desidia nuestra de cada día materializa por error u omisión. Y no me resto ni pretexto ingenuidad frente a la gravedad que implica la complicidad; porque estar mirando o viviendo hechos de corrupción e  injusticias de alguna índole sin denunciar, callando (por el motivo que sea), nos despoja de esa humanidad mínima y necesaria para vivir en un país como el que soñamos.

Pretendemos que todo marche como debiera pero no dedicamos una hora de tiempo para redactar una denuncia, hacer efectivo un reclamo o ponerle la firma a una queja. Exigimos sin involucrarnos, sin comprometernos; perdiendo de vista la noción de prójimo, en un enfoque existencial por demás Narcisista. Sesgada percepción la del ombligo, que no comprende que la corrupción no es K o M, Z o del color político que quieras; la corrupción es social, parte de una sociedad que ha perdido los valores y se ve seriamente afectada de dicho mal. Corrupto es el policía, juez o funcionario que coimea, acepta dádivas o cambia favores no lícitos; corrupto también es quién pide que se le acepte esa coima o el que obsequia la dádiva, el comerciante que te roba con los precios para cubrirse de futuras tempestades inflacionarias o los que aprovechándose de la desesperación ajena se convierten en explotadores laborales; o cuando te llevas a tu casa el papel o los bolígrafos o lo que puedas de tu trabajo; o cuando vas a trabajar y  te ausentas simplemente porque te da la gana o porque te pagan poco; porque precisamente a este punto hemos llegado pensando que robarnos una migaja no es nada (dependiendo del cristal con el que se la mire, para algunos puede significar un vuelto y para otros un verdadero tesoro). 

Cuantificamos el delito, entonces para merecer castigo hay que delinquir a lo grande, con bombos y platillos; porque total todos roban; porque total entran por una puerta y salen por otra, porque total en este país nadie va a parar a la cárcel;  y en esa ausencia de límites, la ambición humana va naturalizando cada día un poco más la corrupción a todo nivel. Tanto es así, que cuando nos roban terminamos agradeciendo que no nos hayan matado; como si la especial consideración que han tenido al no quitarnos  la vida hiciera desaparecer como por arte de magia el acto delictivo en sí mismo.

Negamos los abusos porque algo habrá hecho para merecerse el grito, el golpe, la violación o hasta inclusive la muerte; pero eso sí: somos los primeros en defender la vida y el medioambiente, algunos hasta veganos y religiosos podemos ser; somos humanos casi perfectos para conquistar la tecnología y los grandes descubrimientos; pero estamos colmados de contrariedades, prejuicios e hipocresías. Les vamos transmitiendo a nuestros hijos esta trastocada sensibilidad que nos va saqueando hasta los valores más elementales con los que necesariamente deberíamos nutrirnos para ser las personas de bien, que tanto exigimos en los otros.

En este caos interno y social siguen corrompiéndose generaciones, convirtiéndose en políticos desalmados que desconocen lo que es la vocación de servicio; el cambalache pasa a ser la mejor opción; permitimos que nos destraten en la mayoría de los establecimientos públicos con una indiferencia muda que algunas veces termina matando (y es literal) frente a la desidia de quienes no tienen otra respuesta más que asistir puntualmente a cobrar sus haberes… incumpliendo todas sus responsabilidades, cada uno de los días del año; bajo la mirada distante de un pueblo que aún hoy sigue eligiendo no meterse.

Es entendible;  no todos vinimos a este mundo para cantar /bailar o hacer política; pero todos vinimos a este mundo para ser mejores personas;  todos participamos como  sujetos en la creación de la realidad (añadiéndole o quitándole) el color, la moral  y la pasión con la que transitamos los días.

Asistimos a un penoso ciclo de crisis mundial del que no escaparemos hasta que no aprendamos a ser más humildes, solidarios, respetuosos y considerados con quien tenemos a nuestro lado, aceptándonos como humanos distintos y defendiéndonos como verdaderos hermanos. Solo el amor puede salvarnos de seguir sobreviviendo en esta guerra innecesaria, donde  a diario perdemos  gente de buena fe  a cambio de la ambición desmedida y descorazonada de unos pocos que nos dirigen desde un escritorio de cristal, sin poner jamás un zapato en el barro.

Y si nos empoderamos con el mejor titulo que podemos tener, que es el de ser mujer y nos volcamos  seria y decididamente a involucrarnos en el mundo político con el afán de ocupar espacios que genuinamente nos corresponden y desde allí le demostramos al mundo que merecemos muchísimo más de lo que hoy supimos conseguir? Y si dejamos de ser las quejosas, políticamente incorrectas para tanto machirulo engreído y los embriagamos con la sutil magia de nuestro encanto femenino?...  Y si,?... Y si,?...  

Pero qué pena que seguimos atadas a nuestros ombligos!

jueves, 23 de abril de 2020

Con el Olivo de mi Negrita, todos los males se quitan...


Mi madre, una nativa pampeana con pretensiones de ser una cacique encumbrada por su procedencia  de una tribu ancestral indígena de los Coliqueos  (mapuches); tenía para todas y cada una de las situaciones contrarias a su deseos o que entendiera negativas para su armonía familiar, una mágica solución: el olivo.

Llegó a vivir a “La Plata” muy joven con su familia perseguida políticamente, prácticamente exiliada de su “Los Toldos” natal a refugiarse en un conventillo (antiguas viviendas urbanas colectivas), y necesitando imperiosamente trabajar, sin poder estudiar, se dedicó al arreglo de medias de nylon, oficio que le enseñara una amiga de su tía; sin existencia en la actualidad,  ya que hoy cuando se enganchan y se corren, se arrojan sin más a la basura.

Tejiendo hilachas, quemando hojitas de oliva y fumándose la ansiedad, iba construyendo sueños la Negrita (así la llamaban de pequeña y por siempre). Armó su familia con la valentía de una leona pura sangre aguerrida, como pudo, con exagerada austeridad pero con un entusiasmo, que jamás nunca supo de depresiones, ni de grandes tristezas. Lo que para ella era un deber ser, no se cuestionaba, lo hacía y punto; las justificaciones y pretextos no cabían en su ojeada oscura de pureza sin igual. Un buen marido, dos hijos, trabajo y a ganarle a la diaria con salud y prosperidad!

Yo crecía sin entender de donde salía esa rama embrujada, hacedora de milagros y cómo era posible acercarnos la bendita providencia con solo rodearnos de su oleo o su humo. Más aún, cuando esa planta sagrada no estaba en mi casa y ella me pedía a menudo; -cuando seas grande y ganes tu dinero me vas a regalar un olivo para que yo me pueda sentar a tomar mates bajo su sombra? –para que cuando me jubile pueda enseñarle a juntar aceitunas a mis nietos… Solía manifestarme con alegre ensoñación.

Si los malestares provenían del abdomen o de un soberano atracón, llegaba inusitadamente la aplicación del emplasto; que era el ritual pediátrico por excelencia, untarte el vientre con aceite de oliva, sobre eso se acomodaban prolijamente unas hojas de acelga sin pencas (las partes más tiernas) y por último con una venda ancha y larga, te fajaban casi como a una momia desde la noche a la mañana. Situación sumamente incómoda, extraña e inmovilizadora a la que te terminabas acostumbrando finalmente por la cotidianeidad de la práctica. Sus argumentos eran que el unto actuaba como protector digestivo y hepático, mientras la acelga absorbía la fiebre estomacal generadora de los dolores. Lo mejor de todo esto era que después de la experiencia ya estabas listo nuevamente para poder devorar las golosinas con las que ellos te premiaban cuando volvían del trabajo. Para mi madre la única razón posible para hacer dieta y comer sano era sinónimo de adelgazar, hábito del que quedábamos exceptuados los niños y a decir verdad, los grandes practicaban muy poco.

Si el invierno era muy duro, había que proteger los bronquios para no enfermarse y allí el aceite de oliva en pecho y espalda; y sobre él un papel para evitar que el frio ingrese a los pulmones y que la sudoración se seque en el cuerpo (se entiende perfectamente que esta era la comprensión de la realidad que mi madre tenía, seguramente transmitida por sus ascendientes). Este mismo proceso se hacía en las plantas de los pies, antes de ponerte las botas de agua, cuando acompañaba la lluvia.

A todo esto, mi padre, que era un gordo gruñón muy bello, que traía el mar en sus ojos (de sólo mirárselos podías verle el alma), se quejaba de continuo porque aquí el poco cultivo de olivo existente era artesanal y todo lo que de grandes olivares españoles provenía era muy costoso; especialmente teniendo en cuenta la precariedad en la que vivíamos, lo muy cuesta arriba que se nos hacía la diaria subsistencia y lo mucho que mi Negrita dependía del óleo y sus derivados para llevar a cabo sus ceremonias. A veces lograba hacerlo claudicar en sus protestas, manipulándolo con la pena de ofrecerle a cambio renunciar a su comida; porque claramente lo que no podía faltar en su hogar era el olivo, con el que aderezaba las ensaladas, sanaba los cuerpos y limpiaba las auras.

Si el mal era económico había que llevar una hojita de olivo en cada zapato para andar derechito y pisar firme; y otras en la billetera junto a un papelito con el símbolo del infinito dibujado, como imanes de abundancia. Esto para nosotros era como lavarnos los dientes, de uso diario porque la necesidad de mejorar los ingresos y con ellos la calidad de vida era una primerísima necesidad, a Dios gracias con la salud la piloteábamos bastante bien. 

Cuando los problemas eran de amor, no faltaban las dos aceitunas sobre una cucharada de miel con pétalos de rosas, junto con una velita roja en la que se escribía el deseo con un alfiler; se la encendía y cuando se terminaba de consumir, había que comerse las dos aceitunas, inspirada intensamente en lograr que se cumpla el pedido, casi como una meditación guiada. Estaba prohibido comer una sola aceituna, debían ser, como mínimo dos; así se representaba la generosidad de tener en cuenta al otro, de compartir, evitando el egoísmo del para mi solito.

Todo esto sin contar que los viernes, rigurosamente,  había limpieza energética de la casa. Quemaba incienso o palo santo con el que sahumaba cada uno de los rincones, mientras con una ramita de olivo los golpeaba seis veces a cada uno, en forma de cruz, como exigiéndoles la liberación de los malos espíritus y con ellos la mala onda circundante. Abría todas las ventanas para que pudieran ser expulsados en el rito y seleccionaba de sus discos de pasta, una melodía lo suficientemente intensa con la que sentía que los echaba a la calle.

Ahora que lo pienso a la distancia, qué locura tan hermosa tenía mi madre! Cuánta sabiduría disfrazada de hechicería habitaba en lo profundo de sus deseos. Tanto manual de autoayuda grabado en sus plegarias. Hoy que me puedo cansar de leer acerca de las propiedades y beneficios del olivo, del incienso y del palo santo; del significado de paz y luz de sus ramas; de la suerte, prosperidad y fecundidad de tener un árbol en la casa; ahora, ella ya no está para poder compartirlo. Ella que no dejaba de festejar cada Pascua la resurrección de Jesús, colgando en alguna pared de la vivienda una ramita de Olivo que representaba dicha victoria. Ella, la que preparaba los más exquisitos escabeches.

Por las noches me invitaba a que leyera artículos de una enciclopedia con muchos tomos que me había regalado, llamada: “Lo sé todo” que explicaba claramente sobre una gran variedad de temas. Aprendí a leer desde muy pequeña y ella que contaba con tan poca preparación escolar, se deleitaba escuchándome e impulsándome a que cada día me superara un poco más, y así fue que me contagió sus ganas de ser mejor persona, de aspirar a vivir dignamente del trabajo o la profesión elegida; ser humilde, solidaria y empática. Aún recuerdo un texto sobre mitología Griega que narraba cómo la Diosa Atenea con la punta de su lanza hizo brotar un olivo en el centro de Atenas; ciudad en la que Zeus ofrecía su dominio a quién le presentara el obsequio más valioso para la humanidad. Poseidón (Dios de los mares), le regala a Zeus un caballo por considerarlo un animal fuerte y capaz de colaborar en muchos quehaceres con el hombre, aportándole fuerza y fidelidad; y competía con Atenea que le entrega como presente una rama de olivo y con ella representada la longevidad, la nutrición, la combustión capaz de iluminar las noches y el aceite para curar las heridas. La rivalidad fue ganada por Atenea quien galardonándose con la supremacía del lugar se convirtió en la protectora de Atenas.

Escribir sobre nuestros recuerdos los resignifica; redefine y consolida la identidad, fortificándola para atravesar las repentinas oportunidades, mejor entendidas como crisis, que se instalan sorpresivamente en nuestros días. Por eso la importancia de mantener vivos esos primeros olores, sabores y amores; porque nos regresa a la seguridad afectiva de mamá, donde nada nos podía dañar, donde el miedo se moría de fastidio porque la protección de su abrazo lo hacía desaparecer; donde “la fe” era más importante que “el tener”, porque Dios siempre proveerá, con olivo o sin él, siempre estará allí, como mamá.

La voracidad con la que transcurren los tiempos jóvenes, con sus idas y vueltas; nos tele transportan de un lugar al otro con la sana ambición de mejorar, cumplir responsabilidades y salir adelante, se nos esfuman los momentos… y en el camino nos vamos perdiendo la comprensión de esas costumbres tan arraigadas a nuestros queridos ancestros. Y aunque creamos que no las entendimos; que la conciencia no las reconozca como verdaderas, aunque hayamos sentido la incomodidad de la ridiculez, alguna que otra vez, y aunque estemos convencidos que no hay ciencia que lo afirme; yo de algún modo sigo honrando a mi madre y su cultura con la adoración que supo transmitirme por los olivos, sus ramas y sus frutos. Hay una parte de mí, sin espacio ni tiempo, que se siente embriagadamente atraída por el amor a mi Negrita y a todo lo que con ella venía. Y si bien no llego a su extremo chamánico, conservo sí el gusto en seguir eligiendo el olivo para las comidas y en los esenciales para la hidratación de la piel.

Hace un par de años conseguí un arbusto pequeño pero muy bonito que planté en el parque de mi solar; oliva que cuido afanosamente mientras repaso mentalmente algunas de estas historias. Entretanto a mi madre la siento disfrutar, orgullosa de mí y de su aroma en el aletear de algún picaflor o mariposa.