jueves, 15 de noviembre de 2018

Hijos son hijos...




Mi corazón no encuentra una manera más fluida de expresar su sentir, que a través de las letras…

Duele, sangra, se reanima y vuelve al ruedo; bombea en todas y cada una de las frecuencias, renegado de impotencia se retuerce frente a tanta violencia social desmedida. Violencia que partiendo de las lenguas más filosas y quizás menos encumbradas, se erige gritando a viva voz “CON MIS HIJOS NO TE METAS”, entre tantas otras maldiciones que tapando el egoísmo y la hipocresía aparentan el mejor de los status.

CON MIS HIJOS TAMPOCO TE METAS!  grita la tierra…

-yo tengo hijos negros, chinos, gays, indios, bolitas, perucas, travestis, narigones, discapacitados, millennials,  enanos, dementes, cartoneros, canas, artistas, vagabundos, de derecha, de izquierda, humanistas, ecologistas, investigadores, católicos, evangelistas, umbandistas  y ateos; blanquitos de ojos azules,  villeritos con los mocos colgando, modelitos de pasarela y gordas con calza; hogares en donde se huele a sushi con la flauta mágica de Mozart y otros de los que sólo sale humo con el agite de los pibes chorros… y un sinfín de hijos más; además de los desaparecidos, los abandonados, los adoptados, los abusados, los malvivientes y los muertos.

Y absolutamente todos compartimos el mismo cielo en esta tierra; somos bastante más que K o M, compartimos también el desgarro de aguantarnos a poderosos que en nombre del bien común que nos debieran prodigar, cometen a diario injusticias que nos degradan,  matándonos a todo nivel: corrupción, discriminación, indiferencia, faltas de todo tipo, negligencia, ausencia; y eso también es violencia que engendra y contagia más violencia;  eso también atenta contra todos los hijos de la tierra; porque los designios del destino no distinguen de clases sociales y sucede que en cualquier momento y por cualquier misteriosa causa, podemos terminar estando en las manos de esos mismos hijos ajenos que tanto despreciamos.

Enseñemos a nuestros padres, hijos, hermanos, parejas, vecinos y quien necesite saberlo, a convivir sana y respetuosamente con las diferencias; a no marginarnos más de lo que ya cada uno por propios complejos se autodiscrimina.

Ser respetuoso con quien es distint@, no te obliga a pensar o sentir como él o ella, ni siquiera a festejar sus elecciones de vida, simplemente te eleva a la calidad de ser buena persona. Ver una película es distinto a vivir una historia; no está bueno andar tan ligero de lengua, cuando ni siquiera intentamos probarnos los zapatos  del otro. 

No temas contagiarte con las mismas variedades que tan caprichosamente menosprecias; no hay nada más contagioso que la violencia y a esa por lo visto no le temes para nada…  Los hermanos sean unidos!


martes, 13 de noviembre de 2018

La expedición de cinco lágrimas



Nunca supe muy bien si las gestaba una herida, el recuerdo de un alma ausente, el dolor actual de la frustración nuestra de cada día o simplemente esa extraña sensibilidad que padecemos quienes nos animamos a creernos hacedores de algún arte.

Pero sí se con certeza, que en ese proceso de parir lágrimas, la tristeza va pateando cada esperanza que surge,  va sacudiendo las risas hasta  estrellarlas contra el helado hueco de la nostalgia.  La apatía que no puede lidiar más con su suerte, se acurruca contra esas pequeñitas gotas de sal y les insufla la pizca de aliento con la que sobrevivía.

Así se acomodan como en fila india, tomando distancia con un manojo de cerdas, dispuestas a fregar cada centímetro de víscera que encuentran a su paso; a pulcras nadie les puede ganar, llegan bien hasta el fondo y hasta que no remueven el suspiro más acongojado, no dejan de hurgar.

Las tres primeras son las más urgentes,  las que venían preparándose desde hacía tiempo sin poderse asomar;  la barrera de la censura las volvía una y otra vez para atrás. Regordetas ellas, cargadas de hastío, cualquier emoción las hacía tambalear.        
De las tripas, al corazón viajaban en primera, se estacionaban por un rato oprimiendo  el músculo  hasta la angustia y con el solo empuje de los latidos se dejaban deslizar a la garganta, donde devorándose toda la tribulación que acumulaba  el silencio, terminaban explotando en un sollozo que aún así no las dejaba caer al vacío.

Presas de imágenes afligidas, ávidas por intensificar la emoción justa que pudiera eyectarlas, piden regodearse con las letras de las canciones más lacrimógenas del romanticismo estoico; y si a eso, le podemos sumar alguna que otra toxina inspiradora; entonces y sin pedir permiso rodará la primera, desconcertada y disculpándose en surcar la mejilla. Antes que la puedan secar, llegaran las otras dos secuaces, a mostrarse con todo el desparpajo  de quien se enorgullece en exhibir  su vulnerabilidad.  

Esa caída desprolija y aplomada que rápidamente las manos  quieren ocultar, en pos de fingir una fortaleza que excede a cualquier humano.  Las secamos aunque su color ya tiñó el momento de una lúgubre pesadumbre, mientras los ojos ajenos se giran para consolarlas y ellas siguen prefiriendo la soledad para desintegrarse sin mucha vuelta ni cuestionamiento y encima con pretensiones  de escribir…

Las últimas dos son el sosiego, da placer sentirlas rodar como si dibujaran crisálidas en su andar; con la convicción de estar pasando por las agitadas contracciones que suponen salir del capullo a un nuevo tiempo;  instantes que se esperan de felicidad; porque la dicha es esa sucesión de momentos que deseamos interminables aunque su envase lleve impresa la fecha de caducidad.

Entre la excursión de las lágrimas y una renovada sonrisa se necesita imperiosamente una exuberante dosis de amor en todas sus formas; porque sólo a partir del amor es posible volver a gestarlas.


¿Volvemos?


Fuimos  y vinimos
muchas veces, sin pensar;
nos amamos con un  fuego
imposible de  apagar.

Juntos: el amor más puro;
alejados: inquina  total.
Y sin embargo al tiempo,
nos volvemos a buscar…

Conexión  inexplicable
que no surge del azar,
no se encoje, ni se gasta,
ni le importa el qué dirán.

Fibra que baja del cielo
y viene del más allá,
amarrándonos las almas
en un sueño sin final

Que imán tan fuerte los cuerpos
que no pueden despegar
de sabanas encantadas,
lujuriosas por demás.

Corazones que armonizan
con galope similar,
jugando como los niños:
al siempre, nunca,  jamás…