La visión que tenemos las mujeres de la vida social y
política de un país; es sin lugar a dudas más contenedora y profunda que la de
muchísimos hombres (y no digo de la casi totalidad para que no me crean
feminista o exagerada); pero salvando las contadas excepciones, somos dadoras
de luz a todo nivel, expertas
administradoras de recursos (económicos / psicológicos / espirituales); velamos en dirección al accionar constante en
pos del desarrollo personal e integral de cada miembro de nuestra familia. Y como también detrás de cada gran
hombre siempre hay una gran mujer, ahí estamos, acompañando e impulsando sus logros con incansable ahínco.
Portadoras de esa particular mirada protectora que
hacemos extensiva a los amigos, a los vecinos y al pueblo cuando la
sensibilidad nos paraliza de impotencia frente a hechos totalmente evitables,
que la desidia nuestra de cada día
materializa por error u omisión. Y no me resto ni pretexto ingenuidad frente a
la gravedad que implica la complicidad; porque estar mirando o viviendo hechos
de corrupción e injusticias de alguna
índole sin denunciar, callando (por el motivo que sea), nos despoja de esa
humanidad mínima y necesaria para vivir en un país como el que soñamos.
Pretendemos que todo marche como debiera pero no
dedicamos una hora de tiempo para redactar una denuncia, hacer efectivo un
reclamo o ponerle la firma a una queja. Exigimos sin involucrarnos, sin
comprometernos; perdiendo de vista la noción de prójimo, en un enfoque
existencial por demás Narcisista. Sesgada percepción la del ombligo, que no
comprende que la corrupción no es K o M, Z o del color político que quieras; la
corrupción es social, parte de una sociedad que ha perdido los valores y se ve
seriamente afectada de dicho mal. Corrupto es el policía, juez o funcionario
que coimea, acepta dádivas o cambia favores no lícitos; corrupto también es
quién pide que se le acepte esa coima o el que obsequia la dádiva, el
comerciante que te roba con los precios para cubrirse de futuras tempestades
inflacionarias o los que aprovechándose de la desesperación ajena se convierten
en explotadores laborales; o cuando te llevas a tu casa el papel o los
bolígrafos o lo que puedas de tu trabajo; o cuando vas a trabajar y te ausentas simplemente porque te da la gana
o porque te pagan poco; porque precisamente a este punto hemos llegado pensando
que robarnos una migaja no es nada (dependiendo del cristal con el que se la
mire, para algunos puede significar un vuelto y para otros un verdadero
tesoro).
Cuantificamos el delito, entonces para merecer castigo
hay que delinquir a lo grande, con bombos y platillos; porque total todos
roban; porque total entran por una puerta y salen por otra, porque total en
este país nadie va a parar a la cárcel;
y en esa ausencia de límites, la ambición humana va naturalizando cada
día un poco más la corrupción a todo nivel. Tanto es así, que cuando nos roban
terminamos agradeciendo que no nos hayan matado; como si la especial
consideración que han tenido al no quitarnos
la vida hiciera desaparecer como por arte de magia el acto delictivo en
sí mismo.
Negamos los abusos porque algo habrá hecho para merecerse
el grito, el golpe, la violación o hasta inclusive la muerte; pero eso sí:
somos los primeros en defender la vida y el medioambiente, algunos hasta
veganos y religiosos podemos ser; somos humanos casi perfectos para conquistar
la tecnología y los grandes descubrimientos; pero estamos colmados de
contrariedades, prejuicios e hipocresías. Les vamos transmitiendo a nuestros
hijos esta trastocada sensibilidad que nos va saqueando hasta los valores más
elementales con los que necesariamente deberíamos nutrirnos para ser las
personas de bien, que tanto exigimos en los otros.
En este caos interno y social siguen corrompiéndose
generaciones, convirtiéndose en políticos desalmados que desconocen lo que es
la vocación de servicio; el cambalache pasa a ser la mejor opción; permitimos
que nos destraten en la mayoría de los establecimientos públicos con una
indiferencia muda que algunas veces termina matando (y es literal) frente a la
desidia de quienes no tienen otra respuesta más que asistir puntualmente a
cobrar sus haberes… incumpliendo todas sus responsabilidades, cada uno de los
días del año; bajo la mirada distante de un pueblo que aún hoy sigue eligiendo
no meterse.
Es entendible; no
todos vinimos a este mundo para cantar /bailar o hacer política; pero todos
vinimos a este mundo para ser mejores personas;
todos participamos como sujetos
en la creación de la realidad (añadiéndole o quitándole) el color, la
moral y la pasión con la que transitamos
los días.
Asistimos a un penoso ciclo de crisis mundial del que no
escaparemos hasta que no aprendamos a ser más humildes, solidarios, respetuosos
y considerados con quien tenemos a nuestro lado, aceptándonos como humanos
distintos y defendiéndonos como verdaderos hermanos. Solo el amor puede
salvarnos de seguir sobreviviendo en esta guerra innecesaria, donde a diario perdemos gente de buena fe a cambio de la ambición desmedida y
descorazonada de unos pocos que nos dirigen desde un escritorio de cristal, sin
poner jamás un zapato en el barro.
Y si nos empoderamos con el mejor titulo que podemos
tener, que es el de ser mujer y nos volcamos
seria y decididamente a involucrarnos en el mundo político con el afán
de ocupar espacios que genuinamente nos corresponden y desde allí le
demostramos al mundo que merecemos muchísimo más de lo que hoy supimos
conseguir? Y si dejamos de ser las quejosas, políticamente incorrectas para
tanto machirulo engreído y los embriagamos con la sutil magia de nuestro
encanto femenino?... Y si,?... Y si,?...
Pero qué
pena que seguimos atadas a nuestros ombligos!