lunes, 22 de noviembre de 2010

Obstinado presagio



Miranda odiaba las motos, el solo rugido del escape la sumía en un profundo pánico; era inimaginable para ella treparse al pequeño endriago, ni siquiera volteaba la mirada para curiosearlas. Nadie comprendía el porqué de sus repulsiones. Su corazón seguía latiendo el trágico dolor del púber y desangrado amor. Ni el paso del tiempo, ni las nuevas sonrisas consiguieron desdibujar las llagas de tan hondo pesar.

Su primogénito, y único hijo, veinteañero palpitaba por sus venas un sostenido apasionamiento: la fascinación por las motos. No hubo razones posibles que lo hicieran cambiar de parecer y junto con la mayoría de edad llegaba su ansiado ciclomotor.

Fueron pocas las horas que Jony disfrutó de su preciado tesoro, en un abrir y cerrar de ojos todo se había transformado en destrucción. Nada quedaba allí para rescatar la materia que vivifica el alma. Las lágrimas de Miranda lavaron infinitas veces el rostro frío de su siempre niño.

Las encrucijadas del itinerario la enfrentaban por segunda vez a la desolación. Sin oponer resistencia, tomó sus ahorros, adquirió la cilindrada más alta que había en el mercado y voló exactamente a la misma estrella que habitaban Jony y Alex, con la vehemencia de haber cumplido satisfactoriamente su misión: esta vez ya nada más podría separarlos.

El hilo invisible que separa la vida de la muerte y la cotidianeidad de la locura es tan sutil, que un instante de gloria o de espanto pueden transformar  inexorablemente, para bien o para mal, toda nuestra existencia.


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