miércoles, 15 de agosto de 2012

Numen


Las mojigatas vulgaridades son emanadas por mi alma cada vez que aparece la doncella embelesada centinela de mis textos. Me seduce con sus alas portadoras de infinitas y sucesivas escenas que embriagan mis emociones y me transportan al palacio de ensueños que habitaba cuando niña.

Recorro mi infancia, con enorme placer y me descubro mil veces gestándolas y pariéndolas en distintos materiales, casi todos, con excepción del papel, a quien vengo a descubrir entrada en los cuarenta.

Nada me genera tanto éxtasis como escribir; y eso que siempre he sido esclava de mi propia libertad. Viví estimulando mi creatividad, acompañándola con granitos de voluntad, un poquito de fe, un puñado de agradecimientos y, las muy atrevidas llegan, ocupan todo el espacio y encima no se quieren ir.

Y a veces tengo unas ganas locas de recibirlas, otras el impulso de intentar ofrecer resistencia; pero con ellas no se puede, no entienden de racionalizaciones, ni de poder; son chiquillas malcriadas y acostumbradas a cautivarme. Me seducen combinándose, habladas o escritas; empujándome al sacro lugar del misterio, en donde mi ánima se regocija a su merced. Atrevidas, picarescas, melancólicas y furtivas…

Mojigatas que en ensueños
vulgarmente merodean,
haciendo uso de tildes,
diéresis entre quimeras.

Encumbradas en otrora,
en acecho en las bateas,
con atrevida presencia
de gerundios y diademas.

A veces, de purpurina,
en ocasiones de cera,
así son mis criaturas
platónicas y altaneras.


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