Las mojigatas vulgaridades
son emanadas por mi alma cada vez que aparece la doncella embelesada centinela
de mis textos. Me seduce con sus alas portadoras de infinitas y sucesivas
escenas que embriagan mis emociones y me transportan al palacio de ensueños que
habitaba cuando niña.
Recorro mi infancia, con
enorme placer y me descubro mil veces gestándolas y pariéndolas en distintos
materiales, casi todos, con excepción del papel, a quien vengo a descubrir
entrada en los cuarenta.
Nada me genera tanto éxtasis
como escribir; y eso que siempre he sido esclava de mi propia libertad. Viví
estimulando mi creatividad, acompañándola con granitos de
voluntad, un poquito de fe, un puñado de agradecimientos y, las muy atrevidas
llegan, ocupan todo el espacio y encima no se quieren ir.
Y a veces tengo unas ganas
locas de recibirlas, otras el impulso de intentar ofrecer resistencia; pero con
ellas no se puede, no entienden de racionalizaciones, ni de poder; son chiquillas
malcriadas y acostumbradas a cautivarme. Me seducen combinándose, habladas o escritas; empujándome al sacro lugar
del misterio, en donde mi ánima se regocija a su merced. Atrevidas, picarescas,
melancólicas y furtivas…
Mojigatas que en ensueños
vulgarmente merodean,
haciendo uso de tildes,
diéresis entre quimeras.
Encumbradas en otrora,
en acecho en las bateas,
con atrevida presencia
de gerundios y diademas.
A veces, de purpurina,
en ocasiones de cera,
así son mis criaturas
platónicas y altaneras.
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