Tus labios se balancearon con la
crepuscular intención de estremecerme en un beso, pero mi pecho, herido de sinsabores se replegó en la defensa.
La complicidad del
silencio una vez más se cobró las razones y dejaron de importar otras pasiones,
sin cariño siquiera de consuelo para los corazones hastiados de ausencias que
siguen naufragando perdidos por el mar de los sueños.
Rehusar el encuentro y sentenciar la
potencial comunión es como un mero mecanismo de adaptación defensiva contra la
vulnerabilidad de seguir cayendo en sucesivas historias que pretendiendo justificarse
en el infortunio de la soledad se terminan diluyendo en la nada disfrazada de
compañía.
Esperar por un amor que lo trastoque
todo termina siendo una advertencia tardía sobre el desamor que una vez más nos
sacudirá al espanto.
Queriendo evitar la angustia de esta
apatía; que amenaza ilusiones construidas bajo el imperio de un prototipo que
solo existe en mi juicio, particularmente adiestrado para las utopías;
sobrevivo al insomnio, celebro las despedidas y sigo con la inquietud de ir andando
con la ternura desvencijada por la vida.
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