miércoles, 26 de enero de 2011

Congruencia



Mandinga se guarecía entre las almenas escudriñando el trapiche, mientras esperaba al sochantre, para llevar a cabo su venganza.

Pretendía arrebatarle el don de su armonía; encolerizado por saberlo dueño de la finca y sufriendo el destierro a la fragosa, como carcoma urdió con  obstinación y planificó su final.

Dejó a los pies del sésamo una paila y un almirez repletos de guarapo y malvasía, con los que imaginaba atraerlo a las mieles de la parca.

Sochantre, precaviéndose de mandinga, se hizo presente convertido en falena y como tal, se deleitó libando los dulzores, al mismo tiempo que esquivaba cada uno de los trallazos con los que intentaba aniquilarlo.

Con una de sus alas y la fuerza de la gloria torció el curso de la tralla, que hundiéndose en el pecho de mandinga lo desparramó sobre las cañas, metamorfoseándolo con el golpe en una multitud de sinsontes, que hasta hoy merodean Las Tunas y embellecen con sus trinos el lugar.

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