jueves, 14 de octubre de 2010

De ti o Te di...


Sobre tu tumba yace erguida mi tristeza, sedienta de atrapar tu último suspiro; no se deja convencer con tu ausencia y sigue allí, exaltando la bohemia de un amor que insiste en no darme tregua.

Si pudieras verte en sus manos, como yo te veía; si lograras descubrirte en su sonrisa,  como yo te descubrí...Ten por seguro que no existiría oscuridad imposible de vencer con  el brillo de sus ojos, cuyas raíces han sido cinceladas con tus lágrimas.

Macabro destino,  no te comprendió… Exigente vida que se encaprichó en mostrarte sobre qué trata el amor.  Insensibles almas, que se confabularon castigándote con la máxima y peor condena: la indiferencia.  Insuficientes mis ganas, que no han podido movilizar tu corazón para liarlo al mío y que no me dejaras.

Y pensar que estarás convencido de haberme dado nada… En la maleta te cargaste hasta las últimas culpas por deberes incumplidos. El hartazgo de  absurdos reproches, que ponían en duda tu hombría de bien y el egoísmo que no entendió de inciertos cuando asomaba un ser a la vida.

La razón se dejó argumentar por mentiras del deber ser,  el corazón se debatió a duelo con el “qué dirán”;  y de tanto en tanto un susurro de ternura, que pedía a gritos sentirse venerado,  terminaba evaporándose.  Y nuestras charlas, escondidas del status, fascinadas en el valor de lo justo, lo bello y lo bueno, se transformaron en una cuestión casi de estado.

Mi alma nada sabía hacer mejor que amarte.  Nada más sentido que dibujarte Cupidos en la piel. Nos podíamos perder en el tiempo, tu boca en mis labios, mi sangre alborotando tu ser.  Mientras el tirano, que se mofaba de la existencia de nuestras auras fundidas, daba rienda suelta a la osadía; desperdigaba la rebeldía necesaria hasta dejarnos atrapados en el vacío existencial del sálvese quien pueda.

Mi vientre, ávido de tu apego, incubaba el milagro de clonar tu sonrisa en ese pedacito de aliento que presagiaba jubilosos nuestros días.

Y ya ves,  escogiste quedarte con mi tristeza rondando tus cenizas, con tu honrosa impotencia de no haber escuchado su balbuceo rogándote que lo quieras.

Sobre tu tumba yace erguida mi tristeza, sobre mi historia tu presencia.

Este rey mago que posa tu néctar por mi savia, cómplice de mí...

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