jueves, 14 de octubre de 2010

Silencio...


-No me interrumpa señorita por favor-, vocaliza desafinado Pancho, un octogenario  que irradia entusiasmo.
En este glorioso país en donde un alto porcentaje de personas tienen más ganas de echarse a esperar la parca, que Pancho, con sus largos años, conserve  esa fuerza… la pucha, hay que tener ganas.
Guarda una exquisita paciencia para escuchar  metafísicas descripciones técnicas, telúricas y hasta filosóficas, de por qué no le pueden resolver su problema.

Problema que desde luego no es precisamente del pobre Pancho, sino  de la bendita burocracia nuestra de cada día. Y de la excelentísima disposición que tienen algunos empleados para atender a descamisados usuarios como a analfabetos convictos.       Se paga siempre primero y en contadas ocasiones se puede protestar en penitencia contra la pared o firmar un libro de quejas que no leen ni los que se ocupan de limpiarlo.

Miro al abuelo, me acerco a su lado, necesito apropiarme de su paciencia para no terminar perdiendo la mía y finalmente recitarle cuatro frescas a la presumida pelirroja que tan despectivamente trata al anciano.

De buenísima gana la invitaría a reflexionar acerca del respeto, la honestidad y el ser una persona de bien, como fielmente  ejemplifica Pancho, mientras ella arroja cientos de justificaciones y discursos sin parar.

A esas alturas mi Santo Panchito sigue firme, después de haber hecho tres horas de fila bajo el sol. Aun después de haber escuchado las burradas más grandes de la historia.

Mi pobre viejo, si tenías la intención de resolver tu problema allí, deberías haberle dado esa labor a James Bond, porque para ti es una misión imposible…

-SSSSSSSSHHHHHHHHHH señorita suficiente!, si no me escucha grito-, amenaza con gran firmeza.

Se produce un silencio tan conmovedor, como no recordaba haber oído antes. Una pausa acordonada por la empatía y un aplauso abrupto, rotundo, intrépido.

La empleada sigue en su limbo, no registra nada de lo que sucede a su alrededor, ni al abuelo, ni al reclamo, ni al silencio, ni a los aplausos.

Si no nos conmueve la cana del viejo,
Ni nos enternece la panza gestando,
Soltamos la brújula, estamos perdidos…

¿Será que por simple se le habrá olvidado?


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